La Rosa

Hoy, en el día del mar, les quiero regalar este viejo homenaje.

Alguna veces, en las mañanas, suelo caminar hasta el borde de la ciudad y sentarme junto al mar con sus Cartas que no se extraviaron. Desde mi complejo mundo personal trato de imaginarme que ella escucha, y que en el mar también hay  quien escucha. A modo de exorcismo leo sus cartas y pienso que ya el día se vuelve uno de esos amigos que no se quejan por el don que te ofrecen. De ese amor que se extraña por imposible o del bienestar que se recibe sin amargo favor.

Leo sus Cartas al mar. La palabras regresan como la mano antigua que me acariciaba, entran por mi dolor y cantan. Suavemente tristeza se retira con cierta discresión, y por un tiempo, no muy largo, el regocijo se acomoda como el niño al que permiten…

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