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En la luz de una estrella


La famosa pareja de bailes formada por Carnita Ortiz y Julio Richard llevó la rumba y la conga a muchos países y, entre ellos, a Estados Unidos.

María del Carmen Mestas /Tomado de CubaNow/ a través de Lacosta

¡Doctor, doctor!, no puedo respirar, decía en su lecho de enferma la bailarina Camita Ortiz, a quien hacía solo un rato habían operado de apendicitis. Parecía exitosa la intervención quirúrgica en una clínica habanera, pero… Cuba lloró a la artista, quien fallecía en los momentos en que su carrera era más brillante. Ocurrió el 7 de marzo de 1945.
Carmita formó con Julio Richard, una de las parejas más famosas de Cuba. Ellos impusieron la rumba y la conga en muchos países donde se presentaron.
LA BAILARINA
Habanera, nacida en 1909, Carmita se unió al expelotero Julio Richard para bailar nuestros ritmos. En 1928, fueron muy aplaudidos en el Palace, de París, en una gira centralizada por Rita Montaner y en la que además intervinieron Sindo Garay y su hijo Guarionex.
En 1930, en la apoteosis de su juventud, Carmita actúa con Julio en la revista Pinceles y colores. Luego, participan en la zarzuela La emperatriz del Pilar.
Diluvio de aplausos los reciben cuando en 1935 bailan en el Edén Concert, en la producción Tan Tan, de Sergio Orta. Gira por América… Se separan en Argentina, y ella ingresa en la compañía de Armando Discépolo como tiple cómica.
En La Habana se uniría nuevamente a Julio para La Revista Maravillosa en el Alkázar, que hizo época.
La pareja dio a conocer la conga de salón en Estados Unidos, donde viajaron con Eliseo Grenet; la primera actuación la hicieron el 14 de marzo de 1936 en el Steingway Building, y fue presenciada por los periodistas Walter Winchell y Danton Walter.
En 1937, los ovacionaron en la Revista Azul, que Ernesto Lecuona llevó al Auditorium. Sucedió igual con el espectáculo La rumba, en el número Negrita Coco, interpretado por Rita Montaner. En 1940, Carmita bailó en Mujeres en La Habana, en el Teatro Nacional.
Los artistas ya eran conocidos en Puerto Rico, México y Estados Unidos, donde recibieron el halago de los espectadores y la crítica.
Durante una de las separaciones del bailarín (fueron varias), la vedette cantó en el Teatro Martí, zarzuelas; y, entre ellas, Luisa Fernanda.
Fue precisamente el excelente coreógrafo Julio Richard, quien inaugura el cabaret Tropicana en 1941 con la fastuosa producción Congo Pantera, en la que aparece el Ballet Ruso de Montecarlo.
El espectáculo reunió a un centenar de bailarines y modelos, tuvo la actuación estelar de Chano Pozo y otros tamboreros. Además, le dieron realce Rita Montaner, Sandra, Bola de Nieve y, por supuesto, la escultural Carmita.
LLEGA EL AMOR
Desde que la vio se enamoró perdidamente; sí, fue amor a primera vista, el que encadenó al actor Alberto Garrido a la vida de Carmita Ortiz; ella, bailarina de éxito; él, saboreando la popularidad en su binomio con Federico Piñero.
Y una noche…en el camerino, la artista descansaba después de una actuación. Por los rincones estaban los ramos de flores que sus admiradores le obsequiaran. En una silla descansaba el vestido de lentejuelas que hacía solo unos minutos usara. Sintió unos ligeros golpes en la puerta. Abrió. Era Alberto Garrido. Hablaron brevemente y la joven, como en otras ocasiones, dijo no a sus requerimientos amorosos. Ella iniciaba una gira. Él se marchó desilusionado, pero dispuesto a no claudicar.
Cuando la bailarina regresó, la buscó; esta vez, ella aceptó. Garrido en el colmo de la felicidad compró una casona en Miramar que parecía un barco anclado en el paisaje. Se amaron, trabajaron juntos en los filmes Cosas de Cuba y Dos cubanos en la guerra; pasearon, se divirtieron hasta que Carmita enfermó.
Después de su muerte, comenzó a rodar una leyenda acerca de que su fantasma aparecía en la que fue su vivienda, pues el vigilante de la playa de Miramar atestiguaba haberla visto varias veces rondando el lugar.
Por aquellos años, las supersticiones hicieron que la residencia cambiara de dueños varias veces hasta que todo quedó en el olvido.
Carmita fue una artista siempre mimada por el público. Lleno de pesar, su amigo y compañero en el arte, Julio Richard, fallecía en México, pocos meses después, en 1945.

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