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El más reciente cine cubano


FRANK PADRÓN

Las obras más recientes del cine cubano demuestran la buena salud de que goza el más reciente audiovisual entre nosotros.

El paso de un destacado realizador de teleplays, Charly Medina, a la pantalla grande se titula Penumbras y se basó en la pieza teatral Penumbras en el  noveno cuarto, de Amado del Pino. Quien tiene a su haber títulos notables y justamente reconocidos en el dramatizado televisual como Los heraldos negros o Pompas de jabón, ha logrado toda una recreación fílmica del referente escénico; aun cuando casi toda la acción transcurre literalmente entre cuatro paredes, el accionar de la cámara, la diversidad de planos y la dinámica narrativa responden plenamente al cine, pese a la división capitular que, dicho sea y no de paso, responde a la de un juego clásico de béisbol en 9 innings.

No menos sólido ha sido el traslado del mundo representado en la pieza de teatro: la marginalidad no vista “en blanco y negro” (pese a que la fotografía, acertadamente por su fuerza y precisión dramatúrgica, lo sea) sino como un macro mundo en el que también habitan seres nobles y positivos, aun con un oscuro pasado sobre sus hombros, tal Pepe, el protagonista.

Junto al responsable del  lugar, este hombre vive y trabaja en una posada hasta los días en que este tipo de establecimiento, cierra definitivamente: allí reciben a una gloria de la pelota en franco declive y a  su amante, quien lo comprende y estimula; entre ella y  Pepe surge una cálida amistad. De fondo: la Serie Nacional de béisbol a principios de los años 90.

De modo que esos temas (la solidaridad, el “pasado que no perdona”, la decadencia de quienes brillaron una vez, las relaciones eróticas, afectivas, humanas en general o el fanatismo deportivo del cubano y otras adicciones…más peligrosas ….) se desarrollan notablemente en el relato, dentro de un abundante verbalismo que lejos de afectar la comunicación, entabla un diálogo cómplice con el espectador, quien lo mismo (son)ríe que reflexiona, y hasta se conmueve alternadamente, como quiera que ambos registros pulsados se complementan muy bien.

El minimalismo de la producción que define la estética toda del filme, no impidió un cuidadoso trabajo en cada uno de los rubros que incide positivamente en ese diálogo, y en el alcance general de la obra; ya hablábamos de la fotografía (Roberto Otero Martínez)   pero habría que referirse también a la dirección de arte (Alain Ortiz),  gracias a la cual los elementos escenográficos junto al vestuario (Elio Vives)  devienen verdaderos personajes y punto decisivo en la conseguida ambientación, así como a la precisa e inteligente edición (Pedro Suárez). La música (Juan A. Leyva / Magda R. Galván) sugiere y susurra, sin estorbar el desarrollo del relato.

Qué decir de quienes asumen los roles, decisiva labor ante el peso que tienen dentro de la dramaturgia: OmarFranco (quien también protagonizó en teatro) borda ese hombre herido y humilde, loco por la pelota como buen cubano al fin, dicharachero y sensible; a pesar de sus muchos parlamentos, el también humorista se esmera en pausas y matices. Omar Alí se regodea en un sustancioso contrapunto, mientras el astro deportivo de Tomás Cao (Larga distancia) exhibe la concentración y ductilidad requerida. Ismercy Salomón, una actriz que ya admirábamos por su desempeño escénico en el grupo Teatro El Público,  enriquece su carácter y solidez histriónica con esta, su primera experiencia cinematográfica.

El guionista de Penumbras, Carlos D. Lechuga, es a su vez el director de otro de los títulos que concursó por Cuba en el festival, también, como el anterior título, en el acápite óperas primas: Melaza.

Reconocido en una anterior edición del evento por su excelente corto Los bañistas, el joven cineasta focaliza en un imaginario pueblecito del interior cuyo nombre da título al filme, a una pareja que tras el cierre del central azucarero allí, trata de sobrevivir a toda costa, para lo cual él se inicia en un negocio prohibido y ella termina emprendiendo uno…que quizá no lo es tanto, pero implica un sacrificio más personal.

Lechuga logra asentar una estética minimalista que consigue trasmitir al espectador el desgarramiento contextual y el que, insertos en él, experimentan los personajes; sin alharacas ni alardes, procede a veces mediante contrastes (una mal entendida propaganda oficial que pretende “inflar” hechos contra la realidad de la vida en el lugar) mientras los silencios y las insinuaciones tienen un peso dramático considerable.

La atmósfera opresiva del sitio -una pobreza que va más allá de lo material- y el esfuerzo de los personajes por mantener su enlace afectivo a pesar de los pesares  llegan a un público participativo y cómplice ; entre los elementos expresivos, destacaría toda la banda sonora, que ha captado y trasmite la peculiaridad del ambiente rural, sus ruidos y mutis, que solo rompe a veces una partitura tan sencilla como hermosa, sobre la base de  dos cuerdas: un instrumento típico en los campos cubanos (el laúd)  y la guitarra, a cargo de Jesús Cruz.

También merecen relieve las actuaciones, con la sensual y precisa Yuliet Cruz, a quien su alternancia de medios (teatro, TV) ha propiciado una escuela que ahora aplica afortunadamente a la pantalla grande; Armando Miguel Gómez  logra un desempeño sobrio y en general, correcto.

Yuliet también aparece en otro de los filmes en competencia, esta vez en largos de ficción: Se vende , de Jorge Perugorría, quien ya codirigió Afinidades y el reciente docudrama Amor crónico , sobre la gira por todo el país de la cantante cubanoamericana Cucú Diamantes.

Como en ese filme, el actor también emite un homenaje al cine en general y en particular a quienes lo dirigieran en ese título que lo lanzó a la fama: Fresa y chocolate: Titón y Tabío; no hacía falta la referencia directa que se aprecia en la marquesina  del cine Yara, cuando el público de aquí y de allá conocedor de los filmes del tándem descubre guiños a varios de ellos, como el mencionado, Guantanamera o ese clásico de G. Alea llamado La muerte de un burócrata, y sobre el cual si acaso se echa de menos el inolvidable chiste del custodio que en pleno cementerio, ante un ruido, pregunta a toda voz: “¿quién vive?.

En la cuerda del humor negro, Perugorría, también autor del guión y actor protagónico, se enmarca en el llamado Período Especial que a principios de los 90, situó a los cubanos en una situación de colapso económico que nos llevó a increíbles sacrificios y extremos, aquí una joven laboratorista, ayudada por un vendedor de libros y pintor “frustrado” se dedica a vender los huesos de familiares hace tiempo fallecidos, a quienes exhuman con la complicidad de los (des)enterradores.

Sin dudas cuenta con notables chistes y alusiones intertextuales esta comedia donde entre lo mejor se sitúa la presencia fantasmagórica de la madre (Mirta Ibarra) y el padre (Mario Balmaseda) con sus peculiaridades ideológicas y cosmovisiones; otros gags se antojan un tanto forzados y poco felices; en términos generales, la obra se debilita un tanto hacia el final, pierde energía, como si Perugorría no supiera a derechas  de qué modo poner el punto final.

La película de Ana
La película de Ana

De cualquier modo, sin tratarse de una obra de altos quilates ni mucho menos, se pasa bien con Se vende , que cuenta con una edición y ritmo ágiles así como  notables desempeños, entre ellos, el protagónico de Daylenis Fuentes quien no desluce junto a muchos veteranos que aparecen en cortas intervenciones .

Finalmente, dentro del Festival, mientras el público extendía su respetable voto a Se vende (Premio de la popularidad), el jurado del evento se demarcaba por La película de Ana, de Daniel Díaz Torres (Lisanka) quien junto a Eduardo del Llano escribiera el guión, fuera agraciado con el Coral en tal categoría, mientras su actriz protagónica, Laura de la Uz, obtenía el respectivo.

En este filme, la protagonista y su marido son gente del audiovisual que no ha tenido mucha suerte: ella actriz, él realizador, y ambos ven la posibilidad de  salir del hoyo cuando unos productores alemanes llegan a Cuba para hacer un filme sobre la prostitución; es ahí donde comienza y se desarrolla un juego sobre verdades y mentiras, secretos e imposturas que trasciende lo puramente fílmico para introducirse en cuestionamientos éticos bien delicados que debemos agradecer al tándem de guionistas.

Mas, es en ese sentido de referirse y abordar cuestiones relativas al propio cine o al audiovisual en general, donde radica, a mi juicio, el mayor aporte del filme, por lo cual trasciende el mero ejercicio de “cine dentro del cine”  para discursar en torno a los comprometimientos de este con el contexto, e incluso, introducirse en aspectos más sutiles, como los siempre polémicos nexos entre realidad y ficción, las barreras que, sobre todo el documental, debe o no respetar, sobre todo en momentos cuando aquellas se difuminan cada vez más.

Sin embargo, se tropieza uno con chistes y situaciones fallidas, y trabas narrativas del propio guión aun cuando en términos generales, ya apuntábamos que está en términos generales bien resuelto.

Rubros como la fotografía (Pérez Uretra), la música (Lucia Huergo) y sobre todo las actuaciones (al soberbio desempeño de Laura le siguen otros no menos brillantes como los de Yuliet Cruz, Tomás Caos y varios pequeños roles excelentemente actuados) permiten que esta Película de Ana sea también de todos.

Logros y falencias a un lado, estos recientes filmes demuestran buena salud en nuestro cine, y –junto con otros títulos también de otros géneros que aún no hemos podido ver- una más que digna representación de lo que estamos haciendo  aquí y ahora en materia fílmica.

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