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Angélica Gorodischer: Mi único método es el disparate


Suscribete a AkerunoticiasFue la primera mujer en sembrar la ciencia ficción en Argentina. Inventó una combinación de misterio, humor y rigor narrativo que la convirtió en referente indiscutido de la literatura nacional. Invitada por Unicomix y por La Feria del Libro provincial, la autora rosarina relee su vida y obra. Una entrevista diferente, con una creadora que siempre sorprende. 

Por Mariana Guzzante – mguzzante@losandes.com.ar

Hay que llamar y esperar dos segundos para que te conteste con una exquisita boutade: «Estoy más loca que un timbre”. Y apenas una risa para que complete, locuaz, su presentación: «Lo que pasa es que, como escribo ficciones, parezco una señora respetable, ¿viste?».

Si algo tiene Angélica Gorodischer además de una obra literaria vastísima y fascinante es la gracia chispeante de la conversación.

Que le digan que es un genio o que lo que escribe es una porquería, pero ¿se siente (como se le ha nombrado por allí) una escritora de género? «Y…los críticos pueden poner cualquier cosa», suspira, «aunque si afirman que soy una genia estaría completamente de acuerdo».

Porque para hablar de problemática de género, Gorodischer prefiere no poner en primer plano a la ficción sino remitir más bien a los ámbitos profesionales globales y locales, como el Congreso de Escritoras de Rosario o la red RELAT.

– Lo cierto es que cuando empezaste a escribir ciencia ficción, eras una de las raras mujeres en el terreno.

– ¡No había!, claro que después apareció Úrsula K. LeGuin. Por cierto, suelo decir que su traducción de mi libro… es muy superior al original.

Ella fue quien puso en obra la transgresión aparentemente inocente de abrir las costuras primero al policial (el que mezcló con recetarios de cocina y en el que ubicó a madres en el rol de detectives) y después a aquellos géneros considerados mayores (hibridándolos con todo tipo de discursos).

Pero su aventura de escribir (ése fue el título que la investigadora Graciela Aletta de Silvas le dio a su tesis sobre la autora) transitó con solvencia y humor lo maravilloso y lo fantástico. De hecho, no se puede obviar en la narrativa nacional de los 60/70 obras como «Opus2», «Bajo Las jubeas en flor», «Trafalgar» y ya en los 80, la premiada «Kalpa imperial», una fantasía denunciante del poder totalitario.

– ¿Y Liliana Bodoc? ¿Qué te parece?

– Interesante, muy interesante. Igual, se encarga de subrayar que ya no está enamorada del género. Que la ciencia ficción, si bien tuvo grandes figuras, como el nunca bien estimado Philip K. Dick, ya agotó su maravilla.

– ¿Y qué te interesa por estos días?

– Creo que lo que dejó la ciencia ficción fue una huella. La posibilidad de imaginar disparates. Ni antes – ni ahora- me interesó escribir historias reales (para eso leo las noticias). A mí no me vengan con la realidad a secas pero sigo escribiendo cosas ‘no muy normales’.

Veamos: antes de que se edite su próxima novela, la autora rosarina viene a Mendoza a dar una charla en Unicomix (domingo a las 15.30) y a recibir un homenaje en la Feria del libro del Cuyum.

– ¿Y cómo te sientan los honores?

– Muy bien. Me lo merezco ¡qué tanto! Como se dice por ahí: ‘me lo he ganado trabajando’.

Al margen, cuenta que le acaban de dar un ‘Premio a la Trayectoria’ en Estados Unidos, de modo que pronto viajará a Nueva York.

– Entonces, imaginemos cuando estés transitando esa alfombra roja, entre los flashes, en cámara lenta, ¿qué momentos luminosos de tu carrera vas a evocar?

– Bueno, escribir ha sido siempre un momento luminoso. El resto son circunstancias. Sin embargo, creo que tengo muy presente la primera vez que alguien me publicó.

– Que fue…

– En la revista Vea y Lea (que ya no existe), ahí gané un premio por un relato policial. Un cuento que ha resistido el paso del tiempo. Curioso: no hace mucho lo volví a leer y dije ‘no está mal, resiste’.

– ¿Y cuál es su secreto?

– Que fue escrito cuando trabajaba como bibliotecaria, a deshoras, mientras los jefes no me veían. O a la noche, después de dormir a los chicos. Se llama «En verano, a la siesta, y con Martina».

– ¿Fuiste una escritora precoz?

– Fui una lectora precoz. Pero comencé a escribir a los 30. Puede parecer una iniciación tardía, «pero es que primero me pasó la escuela que, como dice Shaw, fue el momento en que interrumpí mi educación».

Y eso que su cursado en el Normal de Rosario fue tan intenso como inspirador. Claro que sabía más que las profesoras de Lengua. «Después te peleás con tus padres, te ponés de novia, te separás, te volvés a poner…y así».

– Sí, sí, la vida…pero algo te hizo lanzarte.

– Es que tenía la urgencia, la necesidad. Es algo que puedo reconocer en seguida en los otros. Lo veo cuando coordino los grupos de reflexión (porque yo no doy talleres, ojo). De inmediato me doy cuenta quién es escritor y quién va porque quiere, no sé, a hacer algo.

Digo, sé quién es escritor (sin tener idea si será malo o bueno como tal) porque le veo la urgencia, eso de no poder hacer otra cosa hasta no terminar el relato, el poema, lo que sea.

– Pero además de esa ‘energía creativa’ hay un trabajo con la lengua, ¿qué búsquedas te parecen ahora más interesantes?

– Entre los autores de narrativa, creo que hay que leer con mucha atención a Liliana Heer (ver aparte). Sé que no es fácil, porque ella trabaja la lengua desde un cruce con el psicoanálisis, pero lo cierto es que los autores contemporáneos tienen que tenerla en cuenta.

La lengua de Gorodischer es, para ella, un artificio muy natural: nada literaria ni solemne. Acaso, el tono provenga de las lecturas de infancia, cuando se encerraba en la enorme biblioteca materna a leer a Borges y Balzac.

Niña solitaria, enemiga de las muñecas («y de los maniquíes»), lectora compulsiva de libros para adultos «de los que no entendía ni jota», fue creando de a poco su cuarto propio mental en el que se originó la escritora de mil mundos.

«A veces me preguntan ¿en qué me inspiro?, y esas cosas. Yo suelo interrumpir ahí con la frase de Picasso: ‘La inspiración me encuentra trabajando'». Lo que asume, para sí, es una profunda tendencia al disparate como método de creación.

«Ah, sí, me encanta imaginar barbaridades», dice volviendo al timbre inicial. Ese histrionismo que quizás oculta una timidez, una perplejidad indispensable para mirar, con amor y espanto, la otra cara de la cotidianeidad. Será por eso que la queremos tanto.

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