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La pareja cómica


Por Rodolfo Santovenia (Colaborador de Prensa Latina)

El contraste es uno de los resortes más eficaces para obtener la risa y por ello es lógico y comprensible que el cine no haya dejado de aprovecharlo a través de los años.
Siempre se ha sabido y esperado que la unión de dos seres dispares, y con frecuencia antagónicos, proporcionase la risa.  Porque igual que en la inmortal obra de Cervantes, lo que no hubiese en uno, lo habría en el otro.  Y de esa manera en la pareja quedaba retratada la humanidad toda.
Es decir, uno, alocado; el otro, sensato. Uno, delgado y larguirucho; el otro, rollizo y pequeño.  Unos, sobrio; el otro, glotón.  Siempre, y por oposición mutua, los dos tipos extremos.
La pareja, pues, resulta un elemento básico de hilaridad.  Y tan es así, que incluso los grandes cómicos necesitan una respuesta.  Un oponente.  Alguien que contraponga su figura a la de ellos.  Su manera de pensar y de sentir a la de ellos.
De este modo nacieron y se formaron las parejas como fórmula cómica. Dúos que perduraron o no, conforme a la respuesta del público, los errores de cálculo cometidos o los problemas personales de cada uno de sus integrantes.
La receta de la pareja cómica se ha aplicado en casi todas las cinematografías del mundo pero, especialmente, en la estadounidense.  Y sus componentes para crearla han variado muy poco: delgado y grueso, alto y bajo, divertido y serio.
Dos observaciones necesarias.  Nunca funcionó bien la pareja cómica hombre-mujer, aunque es de suponer serían las ideales. Y alguno la estuvo buscando y jamás la consiguió.  Como es el caso del gran cómico «Patty» Arbuckle.
El grueso actor era poseedor de una aparatosa humanidad.  Era una enorme mole de grasa.  Frente a sus compañeros de rodaje, o mejor, junto a ellos, provocaba la risa por su corpulencia y torpes movimientos, que contrastaban con la vivacidad de un Buster Keaton o la ligereza de un Larry Semon.
Esto ocurrió en la Keystone de Mack Sennett.  Pero lo de la pareja nunca pudo cuajar, sencillamente, porque el genial productor era partidario de formar parejas, pero no tenía interés en prolongar la asociación, fuera de algunas pocas comedias.
Todo lo contrario al punto de vista de Hal Roach, otro productor famoso de la época muda, quien comprendió enseguida que tenía en sus manos una pareja ejemplar y que era necesario lanzarla y, sobre todo, mantenerla: Stan Laurel y Oliver Hardy.
Una pareja poseedora de una fórmula que no se ha repetido en el cine.  Porque lo insólito en ella es que ambos eran cómicos por igual y no estorbaba el uno el trabajo del otro, sino que lo apuntalaba y complementaba.  Ocasión aprovechada para actuar con absoluta libertad y llevar adelante un contrapunto inusual, producto de la rara fórmula: uno, flaco; el otro, gordo.  Uno, cómico; el otro, cómico.
Una pareja que se malogró fue la de Wallace Beery – Raymond Hatton, todavía en la época silente.  El contraste era manifiesto.  El primero, corpulento, despreocupado, espontáneo; el otro, menudo, cascarrabias y con cara de pocos amigos.
El tema de sus películas siempre tiene que ver con las mil peripecias ocurridas a dos amigos entrañables que se odian y adoran.  Películas en las que encarnan a soldados, marinos, pilotos o bomberos, y que son muy bien acogidas en todas partes.
Sin embargo, la pareja duró poco, apenas dos años.  Algunas atribuyen el cese a que el dúo fue mal conducido artísticamente.  Otros, a que se le explotó en marcha forzada, sin respiro ni mesura.  Así que cada uno derivó por su lado.
A Beery le fue bien y se convirtió en estrella de la M-G-M.  A Hatton, en cambio, le tocó bailar con la más fea y se vio reducido, poco a poco, a intervenir en papeles de tercera o cuarta categoría.
Digna de mencionar es la pareja de Bert Wheeler y Robert Woolsey, artistas teatrales que consiguieron grandes triunfos luego de su debut en la famosísima película Rio Rita, donde repitieron los mismos roles que ya habían interpretado cuando la obra subió a escena en Broadway.
O la pareja de Olsen y Johnson, quienes trabajaron juntos 36 años.  Primero, en el Music-Hall, en el que Olsen tocaba el violín y cantaba, mientras Johnson le acompañaba al piano.  Y, después, en el cine, al establecer una reputación de cómicos fuera de lo corriente, en cintas como Loquibambia.
Dos que consiguieron rápidamente compartir la popularidad de colegas ya establecidos fueron Bud Abbott y Lou Costello, cuya primera película juntos, Reclutas en apuros, fue aclamada de inmediato y su futuro quedó asegurado.
La asociación se basó en una sencilla fórmula: dar preeminencia a los chistes orales y visuales sobre el argumento.  Y como en otros muchos dúos, fue una pareja de un solo cómico.  El flaco (Abbott), carente en absoluto de gracia, sólo servía para prepararle los trucos al gordo (Costello).  Su cara, incluso, no es ya que no fuera simpática, sino que resultaba anodina, sin gesto alguno.
Trabajaron juntos hasta finales de la década de 1950.  Tiempo en que se hacía evidente la tendencia a reiterar efectos y situaciones, como si los productores tuvieran más confianza en los viejos trucos y chistes que ya habían sido coronados por los aplausos… y la taquilla.
Finalmente, están las parejas de Bob Hope y Bing Crosby, con los abundantes insertos musicales de este último.  Y la de Dean Martin y Jerry Lewis, con el primero también cantante, quienes siempre estuvieron entre los 10 actores más rentables de Hollywood.
De todas las parejas cómicas que han proliferado en el cine, la de Laurel y Hardy es la mejor.  Su método para provocar risa ha sido el más perfecto.  Bien desarrollado, bien combinado en sus diversos elementos, llegaba de manera sutil y tocado de perdurabilidad.

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