Por Doris Calderón (*)
La Habana, (PL) El país del sol naciente es denominado también la tierra de la longevidad por el creciente y acelerado envejecimiento de su población, uno de los principales problemas que deberá enfrentar la economía y el gobierno japonés.
En el archipiélago, el número de japoneses con 100 años de edad o más asciende a 40 mil 399, un 10 por ciento más que el año pasado, según reveló un reciente informe del ministerio de Salud y Bienestar.
El 87 por ciento del total de centenarios son mujeres, lo que ubica a Japón en segunda posición en el mundo después de Estados Unidos, que tiene más de 96 mil, aunque la población del país norteño es más del doble.
Existen tres razones demográficas fundamentales para el comportamiento de esa tendencia: la reducción del índice de mortalidad, la disminución considerable de los nacimientos y el aumento de la esperanza media de vida.
Otras cuestiones que inciden son los matrimonios tardíos, el incremento de la soltería en los hombres y el sistemático descenso de la procreación en las parejas casadas desde 1990 por la activa incorporación de la mujer a la vida laboral y el alto costo de los hijos.
La baja tasa de natalidad, con la consiguiente disminución en el número de nacimientos anuales, hace que desde el 2005 se produzcan más fallecimientos que nacimientos.
Esto significa una disminución del número de niños que podrán cuidar a sus padres en su retiro y de los trabajadores que pagarán impuestos para mantenerlos.
Más de 2,7 millones de japoneses necesitan servicios especiales de cuidado de ancianos en sus casas y se espera que la cifra aumente en los próximos años dado que mandar a una persona mayor al asilo es visto como una forma de abandono.
Es casi común, sin embargo, el fenómeno conocido como kodokushi (muertes de ancianos sin parientes ni amigos que los cuiden en sus últimos días).
En la actualidad, el 21 por ciento de los 127 millones de japoneses tienen más de 65 años, pero en el 2050 la población nipona podría aumentar en 100 millones de habitantes más y el segmento de la tercera edad al 40 por ciento.
El hecho es que el país asiático envejece más rápido que cualquier otra potencia económica, lo cual pone en riesgo la supervivencia de la propia sociedad.
No se sabe a ciencia cierta si es posible revertir esta tendencia, que supone una fuerza de trabajo cada vez más pequeña, obligada a asumir el peso de las pensiones y las necesidades de salud.
Se calcula que por cada jubilado habrá 1,3 personas trabajando, lo que representaría costos sanitarios y de pensiones más elevados y un incremento de los gastos sociales, con menos contribuyentes sosteniendo las finanzas públicas.
Una población con tales características equivale a un aumento del gasto en los jubilados y ancianos, incompatible con las previsiones de crecimiento económico.
La tercera edad recibe en estos momentos casi el 70 por ciento de toda la asistencia social, una situación que crea desigualdades y podría conllevar a un conflicto entre generaciones.
Aunque la inmigración contrarrestaría en alguna medida el proceso de envejecimiento demográfico tendría que ocurrir a gran escala, lo cual no sería viable en términos económicos, políticos y sociales.
Japón es totalmente cerrado a la inmigración y la población de este país asiático tampoco ha sido propensa a emigrar.
Durante el siglo XX ocurrió un auténtico éxodo rural que ha determinado el carácter urbano de la sociedad japonesa y la inmensa brecha entre el campo y las grandes ciudades.
Poco después de la Segunda Guerra Mundial, mejoraron los estándares de vida y de salud a tal punto que se logró un considerable descenso en la tasa de mortalidad.
Las mejoras en sanidad y la atención médica permitieron que la población viviera más.
En 1960 había sólo 144 centenarios, 40 años más tarde, en 2000, se llegaba a los 12 mil 256. Las mujeres niponas logran vivir hasta los 85 años y los hombres hasta los 78, la esperanza de vida más alta del mundo, sustentada en una cocina tradicional, baja en grasas, una dieta saludable, práctica de deportes y una tradición de pensionistas activos.
Los japoneses suelen comer más pescado, frutas y verduras que otros pueblos, además consumen té verde, rico en vitaminas, soja, aceite de colza, algas, que se toman habitualmente cocidas como acompañamiento de cereales, vegetales, sopas y ensaladas.
Todos esos alimentos, al igual que el yodo, la vitamina D y los ácidos grasos, protegen contra el colesterol, la hipertensión, la anemia, la tiroidea y el cáncer.
La sociedad está respondiendo de varias maneras al envejecimiento demográfico: alargar el período laboral, dar empleo a personas de más de 65 años, ofrecer trabajos no regulares, como jornadas incompletas o contratos, y brindar apoyo familiar.
Hoy crece el número de mayores en los gimnasios, se abren establecimientos de diversos tipos para el disfrute de estas personas, las constructoras incrementan la cifra de viviendas adaptadas a sus necesidades, las agencias de viajes descubren un mundo prometedor con esta generación que ha vivido casi para trabajar.
Al asumir el poder, el primer ministro Yukio Hatoyama prometió normalizar el sistema de pensiones con un mínimo de 70 mil yenes (765 dólares) al mes para aquellos con bajos ingresos o que carezcan de suficientes contribuciones para calificar a una pensión.
Ante el constante e inesperado cambio en la población japonesa se necesita trabajar para encontrar un consenso en el nuevo contexto social, en el que se impone superar los retos del desarrollo con flexibilidad y la búsqueda de futuros valores sociales.
(*) La autora es periodista de la Redacción Asia de Prensa Latina.