EDITORIAL

Vienen a la puerta de mi casa y sacan los dientecitos, que aún están mudando; pícaramente y dicen: Rasha, dame shinco.
Los observo con mirada torva: Qué se creen ustedes, que aquí hay un banco. Uno de ellos responde: No, una casha.
Entonces, déjenme trabajar, porque si me distraigo se me acaban los shinco.
Ellos como si nada. El más pequeño me azuza insistente: ¡Rasha, dame shinco!
Son pichoncitos de haitianos, tigres de primera categoría. Corren en cueros por la calle arenosa, como cimarroncitos, sus pies pequeños ya tienen capas de duro cartón.
Se me ocurre una idea: Vayan a taparse los limoncitos. Si se ponen pantalones les doy los chinco.
Frustrados se retiran.

La migración haitiana hacia el suelo dominicano es un conflicto penoso y complicado. El país no dispone de una estructura para albergar a otro país. Porque el asunto no es de asilo solidario es de invasión. Oleadas que penetran con las manos vacías. Dominicana se resiente.
Pero esa masa no es homogénea, mucha gente de valor viene en apretado cuerpo. Y han echado raíces y fundado barrios. Han dejado su piel y enterrado aquí sus muertos. Cómo sacarlos en estampida y entregarlos de nuevo a aquel Infierno.
Señor presidente, Usted es un hombre bueno. Saque a los asesinos, a los delincuentes, a los vivos y salteadores, a los camorristas y vagabundos, pero deje a los que han venido a construir aquí una nueva esperanza. En una patria, por demás, generosa.
Fortalezca la frontera, no con muros, sino con un ejercito especial, un ejército nuevo que no tenga que ver con las costumbres del viejo ejército, del tradicional. Cree una franja fronteriza con un gobierno nuevo. Forme los cuadros, deles educación de alma y ciertas exenciones para que no les tiente las ansias de faltar.
Señor presidente, no los eche de aquí, déjese iluminar por la Misericordia, respecto a su país, esto es el Paraíso. Así les ocurre a los dominicanos cuando piensan en New York. Es como alcanzar un sueño.
Me siento sobre una piedra y con cuidado deshojo el trébol ¿será o no será? Tengo una fe tan grande en este pueblo. En la matriz cristiana del dominicano. Siento como un instinto, una sensación, algo que me ilusiona y tranquiliza.
Pasan las horas y no vuelven. En la tarde el más pequeño, regresa a mi puerta vestidito como cuando van al templo los domingos.
¡Madre mía qué belleza! ¡Toma tus shinco!
No, objeta.
El genio interior me indica algo. Lo observo unos minutos.
Está bien, entiendo, sin condiciones, coge tus shinco.
Muerto de la risa los agarra, cierra el puñito, y se va corriendo.
No sé qué pasaría, no sé si me entren ganas de seguir viviendo, el día que amanezca y no los vea. El día que no escuche esas caritas lindas y felices cuando me dicen, desnudos en mi puerta:
Rasha, dame shinco.
Me gusta
Sent from my T-Mobile 4G LTE Device Get Outlook for Androidhttps://aka.ms/ghei36 ________________________________
Me gustaLe gusta a 1 persona