Dedicado a la doctora camagüeyana, Jannet Abdala Jalil

Bueno…deja ver cómo me desenvuelvo en esta nueva experiencia… He sido incluida en un grupo de CRONOPIOS y, como era de esperarse, recibo en mi correo siete mensajes del mismo tipo, cosa que detesto más que a los FORWARD. Me digo: Hum…huele a cronopio. Voy en busca de la persona que ha creado el grupo y me encuentro, dentro de un bellísimo rostro de mujer, esa sonrisita que dice: Ansorry, yo lo hice, pero no tengo la culpa ¿me disculpas? ¡Madre mía, creo que es un cronopio! No pensaba que a estas alturas de mi vida, me fuera yo a encontrar con uno de ellos.
Le digo a Margarita[1] que me alcance la máquina del tiempo. Margarita me alcanza el pendrive con el software y lo introduzco en el puerto USB de la Laptop.[2] Me veo en un Taller Literario con varios compañeros, unos más protagónicos que otros y otros más talentosos que unos, pero todos con un ansia feroz de escribir y publicar. Nuestro asesor era el poeta Raúl Doblado.[3]
Corría el año 1978, Cortázar andaba de moda, y habían lanzado su libro de cuentos donde aparecían unas viñetitas encantadoras que titulaba Historias de cronopios y de famas. De más está decir que caí muerta con Cortázar, amor de postguerra, de esos que no se acaban. Nada de Rayuela y retorcidas invenciones locas que tanto forcejeo nos llevaba luego descifrar en la escuela. [4] Ni complicada epistemología para llegar al simbolismo de El saxofonista. Las nuevas historias que se abrían ante nosotros eran filete de pescado, cortado y salado, para digerir en grato piscolabis. Cortázar se había salvado para eternidad.
Todos queríamos ser cronopios. Ninguno deseaba ser fama ni esperanza, incluso ni los que ya lo eran.
Mi casita de Marianao, en ese entonces, parecía una tacita de oro. Y allá llegaban los cronopios amigos a pasar su rato feliz. Cuando se iban no me importaba que dejaran la nevera como un campo arrasado por el viento y la nieve siberiana. Ni caminar por entre las toneladas de botellas vacías de “warfarina” o “chispaetrén”[5]. A veces, cometían ciertos desmanes como hacer el amor en mi cama y dejarme las sábanas sucias. O romperme la tapa del baño, la de arriba, ¡santo cielo![6], peor que lo del power suplay. Así y todo los perdonaba, nada era intencional.
Pero un día quiso la suerte de que empezara a trabajar en el ICRT[7]. Se me hacía tarde, y para tratar de que se dieran cuenta de que tenía necesidad de irme, daba vueltas como un trompo de aquí para allá y de allá para acá. No se enteraban, y como no me parecía decente echarlos a la calle, me fui con un simpático y enfurruñado ¡hasta luego!, pidiéndoles que no dejaran salir al perrito.
Cuando regresé en la tarde el perro estaba quietito y raro como un cronopio, sin sonrisa, pero con la expresión aquella de Ansorry, yo lo hice, pero no tengo la culpa ¿me disculpas?, y nada más voltearlo se murió.
Habían dejado la puerta abierta y el perro -quien nunca había cruzado una calle-, se fue detrás de los cronopios, que no respetaban las leyes del tránsito, y lo aplastó un camión.
Qué decirles, los cronopios, después de todo, son seres adorables. Excelentes personas. Cierto es que no se puede contar con ellos para que te presten dinero, porque nunca tienen. Ni imagines que cuando enfermes van a ir a cuidarte al hospital. Tampoco a ellos les importa mucho que alguien los cuide. Existen más allá de lo humano y lo divino. Ni siquiera la muerte los trasciende –no es su problema- porque no saben lo que significa.
Por eso, el día que vayas a un cementerio a visitar la tumba de tu madre o de tu padre, Dios quiera que nunca sea la de un hijo, no maltrates a esas florecillas que crecen alrededor del muro –acércate para decírtelo bajito, sin que nadie se entere- ……..
Déjalos ahí, no los arranques, ellos viven en cualquier parte y sobreviven a cualquier catástrofe, no como cucarachas a un ataque nuclear, hay algo más. Por eso te digo, acéptalos. De lo cronopios existen largas listas de seres respetables y, si se viene al caso, son los pocos que han conocido la inmortalidad.
En el tiempo los recordaba con dulzura [8], y los quería con esa terneza que ya no viene. [9]
Pero no he querido saber más nada de cronopios. Me quedé sin identidad. A Fama, no podía aspirar, no estaba en mi naturaleza. A Esperanza mucho menos –ni soy sabia ni tengo barba.
Regresé al mundo real, a vivir como las personas en el lugar que escogiera, entre tantas dimensiones infinitas, pues me di cuenta de que ello no era más que literatura. [10]
Raysa White
Santo Domingo, República Dominicana
[1] Margarita es mi gata.
[2] Me he convertido en toda una americana, y eso que vivo en Santo Domingo.
[3] Raúl Doblado, poeta y periodista cubano. Murió de un derrame cerebral en circunstancias nunca del todo esclarecidas, dentro de su cuarto de la calle ¿Ánimas?
[4] Voy a hacerles la confesión de un secreto nunca revelado. Algunos de los que creíamos en las “alturas” –no me estoy refiriendo al Buró Político, sino a las de más arriba- le poníamos, discretamente, un vaso de agua con una vela blanca a Santa Teresa de Ávila, para que Rayuela no nos saliera en los exámenes.
[5] No sé muy bien si es que escaseaba la bebida alcohólica o existía alguna especie de ley seca.
[6] Dos años de trueque y fuselaje para conseguir otra.
[7] Instituto Cubano de la Radio y la Televisión, sobran los epítetos.
[8] Nunca olvidé lo del perro.
[9] A diez kilómetros de mí.
[10] Me estoy refiriendo al lugar mental. Pues en el otro, hay muy poco donde escoger.