
Por Ramiro Bejarano
EL Pais, Cali/octubre 27/2010./ No volveré a un concierto de ningún cantante de aquellos que fueron exitosos en los 70 o en los 80. Estoy lleno de desilusiones al comprobar que muchos de los ídolos del pasado, terminan abusando de su imagen y del aprecio colectivo, promocionando conciertos que casi siempre resultan un desastre.
El sábado anterior llegué ilusionado a disfrutar de un concierto de José José en el teatro Jorge Eliécer Gaitán, ese baladista extraordinario, autor de muchísimas canciones románticas, que además ha tenido una vida llena de accidentes por cuenta del alcoholismo heredado de su padre. Lo que esperé que fuera un reencuentro con tiempos idos, resultó una verdadera afrenta a la estética y un fraude gigantesco. Para empezar no hubo uno sino dos teloneros. El primero, un diminuto español a quien nos presentaron como la nueva voz de la salsa romántica. No entendí una sola de sus canciones, que interpretó mientras se contorneaba como si tuviera cólico renal o ganas de ir al baño. Fueron 30 minutos de agonía.
Cuando terminado el inesperado concierto de salsa españolizada supusimos que ya aparecería José José, nos aventaron un gordito bastante delicado, a quien presentaron como la mejor imitación de Juan Gabriel, el otro cantante mexicano. Este falso Juan Gabriel cantó hora y 15 minutos, mientras muchas personas indignadas con lo que ya tenía sabor a estafa, se salían del espectáculo, y otras vociferaban furiosas.
Finalmente salió el ‘Príncipe de la Canción’, con una voz áspera y casi convaleciente, que ninguno de los presentes reconoció como la suya. A la tercera canción decidí retirarme de ese deplorable concierto, porque sentí miedo de convertirme en testigo de los escombros del cantante que nos hizo soñar hace 30 años. Resta decir que cuando abandoné con mis amigos el teatro, ya estaba despoblado, porque otros incautos comprendieron más rápidamente que tenían que ausentarse de esa vergüenza. ¡Qué desilusión¡
No es la primera vez que salgo desconsolado de ese género de conciertos de las viejas glorias. Hace unos meses de idiota fui al anunciado regreso de Claudia de Colombia y Fausto, y también salí indigestado. Claudia, una mujer egocéntrica, de comentarios agresivos con algunos espectadores, antipática y desagradable. Fausto, un gordote irreconocible que bailaba autoamacizándose, inició su presentación interpretando un himno militar glorificador de la ‘seguridad democrática’, como antesala de las lambonas dedicatorias de algunas de sus canciones a la esposa de algún militar que se encontraba entre el público. Espantoso todo.
También asistí a ver a Silva y Villalba, quienes parecían estar ofreciendo canciones en el paraninfo de un hospital, porque Silva no cesó de pregonar sus problemas de salud y los de su compañero, mientras era evidente que el vaso de agua que consumió era aguardiente.
No he olvidado tampoco cuando fui a oír en Bogotá a Nicola de Bari y casi me infarto de la furia cuando el italiano olvidó la letra de su hermosísima canción ‘Los días del Arco Iris’, con la que aún muchos de mi generación vibramos nostálgicos.
Moraleja, las momias es mejor dejarlas quietas, para que no asusten