El escritor portugués y Premio Nobel de Literatura, José Saramago, murió el viernes 18 a los 87 años en la isla española de Lanzarote, en la que residía desde hace 17 años. El 19 de junio se nos va el mexicano Monsiváis, a los 72 años. Ambos creadores de una literatura con marcado matiz político y crítico. Intelectuales de una izquierda sincera, sin conscesiones ante lo reprobable o de lo que no consideraban digno de su condición política y humana.
De Monsiváis dice Guillermo Barros (AFP):
«Carlos Monsiváis, considerado el gran cronista de las últimas décadas en México y uno de sus intelectuales más críticos y populares, murió el sábado a los 72 años de edad, después de varios meses hospitalizado por una fibrosis pulmonar.
Su voz y pensamiento, crítico y afilado, fue durante largos años omnipresente en los grandes medios de comunicación escritos y televisivos de México, lo que le convirtió en uno de los intelectuales más reconocidos y queridos del país.
Su popularidad llegaba a tal punto que su amigo y poeta José Emilio Pacheco, vigente premio Cervantes, dijo una vez que era el único escritor «que la gente reconoce en la calle».
Autores como Carlos Fuentes o Elena Poniatowska, amigos de Monsiváis desde que inició su carrera hace medio siglo, resaltaron el sábado el valor del excepcional cronista.
Era un «grandísimo escritor que renovó el género del ensayo en México. Lo sacó de modos un poco anticuados y le dio una vitalidad, una novedad, una capacidad de abarcar todos los temas de la vida de México, social, cultural, política, que lo convierte seguramente en el más importante ensayista moderno de México», dijo Fuentes desde su residencia de Londres al diario mexicano El Universal.
«Era un espíritu vivo, un espíritu audaz, un espíritu crítico», definió. El premio Cervantes 1987 advirtió de que, al igual que sucederá con el Nobel portugués José Saramago, fallecido un día antes, «un escritor no se muere porque deja una obra. No se pierde a Monsiváis, se ha ganado a Monsiváis para siempre».
De Saramago, estas pinceladas publicadas en www.elperiodicoextremadura.com y escritas por Elena Hevia:
José Saramago murió ayer a los 87 años en Lanzarote, la isla desnuda en la que decidió radicarse cuando en su país dejaron de demostrarle afecto. «No escribo para que me quieran, eso queda para García Márquez, yo solo escribo para comprender el mundo», confesó hace años a este diario. El autor arrastraba una leucemia que lo había consumido en los últimos meses. Murió acompañado de su segunda esposa, la periodista granadina Pilar del Río –27 años más joven– que a poco de conocerle se convirtió en su traductora e inseparable compañera.
La trayectoria del escritor ha recorrido un largo camino desde sus orígenes campesinos, «más pobre que las ratas», en su aldea natal de Azinhaga, Ribatejo, cercana a Lisboa, hasta su encumbramiento con el Premio Nobel de Literatura en 1998 que deparó a la lengua portuguesa su única distinción de esta categoría. Ese recorrido de Cenicienta literaria es fundamental para comprender su figura y sus obsesiones. En la casa natal del escritor solo había un libro que sus padres, analfabetos, conservaban en un cajón. Muy pronto el pequeño José se vio obligado a abandonar la escuela para ayudar a la economía familiar y los pocos estudios a los que accedió se hicieron de forma oficiosa a golpe de voluntarismo en la biblioteca pública. Emociona pensar que su capilla ardiente, abierta ayer por la tarde, se ubicó también en otra pequeña biblioteca. Fue en Tías, la localidad canaria en la que vivía, aunque esta vez el lugar llevase el nombre del escritor.
Los orígenes humildes marcaron su literatura, desencadenaron su militancia comunista y dispararon su inconformismo, que en los últimos años, más que nunca, le convirtieron en una especie de profeta bíblico que presagiaba calamidades. El autor tuvo un reconocimiento tardío. Antes de dedicarse plenamente a la literatura ejerció diversos oficios, entre ellos el de periodista en Diario de Noticias. En 1980, próximos ya los 60 años, llamó la atención de la crítica con su cuarta novela Levantado del suelo en la que trasladaba a la ficción sus orígenes rurales. Dos años más tarde, su popularidad sería absoluta con Memorial del convento , que marca el inicio del ciclo de sus mejores trabajos, en el que se incluyen la excepcional El año de la muerte de Ricardo Reis . Gran parte de sus novelas se ajustan a un esquema cercano a la parábola, ya sea la península ibérica desgajándose del continente en La balsa de piedra , El evangelio según Jesucristo que propició el repudio de la derecha portuguesa y su voluntario exilio canario, el célebre Ensayo sobre la ceguera que muestra un mundo sin perspectiva abocado a los más bajos instintos o sus últimos trabajos, como La caverna , El hombre duplicado , Las intermitencias de la muerte o El viaje del elefante , muchas de ellas ellos organizadas en torno a la pregunta: «Qué pasaría si…».