Por Rodolfo Santovenia

Ninguna otra forma de arte como el cine ha sufrido a lo largo de su existencia una destrucción semejante voluntaria o involuntaria. Desastre cuyas causas principales son de dos tipos. Las que dependen de erróneas concepciones sobre el cine. Y las que resultan de algunas características químicas del soporte de la película.

Las primeras devastaciones masivas se producen hacia la segunda década del pasado siglo cuando el cine reniega de sus orígenes feriales, de sus ingenuidades, para convertirse en un espectáculo de masas y en una industria.

Lo rodado por los pioneros pasa de moda. De pronto el cine se convierte en un arte autónomo con un lenguaje específico y la ruptura resulta violenta. La grandilocuencia, el irrealismo, ahora causan vergüenza. Y como consecuencia la producción de los inicios pierde bruscamente su carácter de mercancía.

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